Del chivo al gallo
Por Xavier Lasso
19 mayo 2020
Trujillo es un apellido, en la historia pública digo, como de terror. Desde muy niño lo vinculé, sin quizá entender todas la razones, a lo peor, a la condensación de todas las miserias. Fue por el sanguinario dictador de República Dominicana que gobernó, directamente o a través de títeres, ese país hasta 1961. Fue asesinado porque quizá esa fue la única vía que él mismo dictador le dejó a ese torturado país.
Nosotros también tuvimos nuestro Trujillo, Julio César, nombre como de emperador. El nuestro no fue un político exitoso, no, al menos, dentro del marco de nuestra propia democracia del voto, es que casi todas las elecciones las perdió.
“Gallo hervido” fue su apodo, un constructor de imágenes como Carlos Julio Arosemena Monroy se lo puso. Así pasó en parte de nuestra historia, más bien mediocremente, con un hablar como entre dientes, nervioso, sin carisma. Era conservador, con ciertos vínculos, paradójicamente, con sectores populares que no le daban ni siquiera el voto.
Julio Cesar Trujillo después fue la pieza escogida, por sus años, por su pasado, por sus nuevas relaciones, para ejercer de dictador en la tambaleante democracia nuestra. Le venía bien su apellido porque con el poder que le otorgaron desbarató lo poco de institucionalidad que en el Ecuador quedaba. Él fue la cara visible de las peores intenciones que en la sombra actúan. Nos legó esa Fiscalía, esa Contraloría, ese Consejo de Participación, ese Tribunal Electoral, esas herencias que hubiese sido bueno poder rechazar.
Hoy, cuando unas leyes se han aprobado, aun en la pandemia o, mejor gracias la pandemia, cuando estamos desmovilizados, aprovechándose de la forma más canalla para recargar sobre el trabajo el peso mayor de esta crisis que deja intocado al capital. La gente deberá tomar nota, hacer una especie de inventario para escoger qué se debe echar abajo cuando un poco de cordura, de lealtad, vuelva a nuestra tierra.
Julio Cesar Trujillo ya no está aquí, se fue sin rendir cuentas, abusó de un poder que le entregaron para divertirse, para amenazar, para burlarse. Se creyó el cuento: estuvo por encima de todo, solo fiel a esos pocos que lo usaron como el guiñol mayor. Algunos, como cuando el socialcristianismo original estuvo en su apogeo y quiso canonizar a García Moreno, nos lo quisieron vender como santo, que había hecho el trabajo y, casi como un mártir, partió.
El gran Julio Cesar Trujillo había puesto, otra vez, las cosas en su lugar: de vuelta a lo peor de la política, al servicio de los de siempre, destruyendo al Estado para que los más vulnerables ofrezcan su físico con bajas remuneraciones, para que la Ley sea usada como chantaje, para que desconfiemos de la política que, de nuevo, se llena de bajas pasiones, sin utopías y sin ganas de emprender la jornada, sin algo que nos ponga a andar.
Al de allá lo llamaron “El Chivo”; al de acá “Gallo hervido”, animales, fauna bestial, digna de sociedades donde la burla encuentra adoradores. Trujillo, el ecuatoriano, le ha dado el miserable sentido que hoy tiene el Ecuador de la pandemia, si quieren pueden llevarlo a los altares, para deleite y adoración del capital, que se rasga las vestiduras, que se da golpes de pecho, que aniquila las políticas sociales y las sustituye por una caridad muy promocionada que nunca alcanzará para hacernos de buena educación, servicios de salud.
Que ahí se queden, a la buena de dios, las mayorías, sin amparo, llorando a los muertos cuyos cadáveres no aparecen. Trujillo no alcanzó a ver esto, fue el perfecto, los más bajos cálculos sí existen.
- Reproducido por cortesía del autor.