La autocrítica, una ficción de izquierdas

La Raíz - Pensamiento Crítico
2 min readMar 2, 2021

#PosturaCrítica

Por Roberto Navarrete

Imagen tomada de chargeuptoday.com

Dentro de los movimientos políticos de izquierdas, especialmente los partidistas, que son los que de una u otra manera han ejercido el poder político, suele haber un constante llamado a la autocrítica. Llamado no más, porque ahí se queda. Se ha vuelto un lugar común, una frase usada para convencer puertas adentro y puertas afuera de que el movimiento no se encuentra estancado en consignas anacrónicas. Pocas cosas hay que puedan dar más placer al ego que la sensación de superioridad intelectual, y una de ellas parece ser la sensación de superioridad moral. Porque ese es el motor: “Yo no he gobernado, yo no tomé decisiones políticas, yo no validé y participé de un proceso. Tú sí”. Posición que podría ser válida, si admitieran que sí validaron y participaron de un proceso. Y que, aunque no las hayan firmado, estuvieron muy cerca de las decisiones políticas.

Pero esto es algo común en las izquierdas, no solo dentro de nuestro país. Se podría buscarle una explicación lógica. Las izquierdas, al tener como supuesto objetivo combatir el status quo del sistema desde una vía institucional, es decir, desde dentro del sistema, la tienen difícil. El camino no estaría trazado y, por ende, se darían más tropiezos. Desde ahí, las derechas ya tienen una ventaja. Es más fácil mantener el status quo que transformarlo. Y también tienen claro por cuáles caminos hacerlo. Hay divergencias, como siempre, pero resultan superables. Casi nunca se refugian en el señalamiento mutuo de faltas. A veces hasta se ríen de ellas, con descaro.

Lo que llama la atención es que los más férreos llamadores a la autocrítica rara vez consideran que esta acción sea necesaria para sí mismos. El llamado a la autocrítica se ha convertido en una exigencia a la otra izquierda, esa izquierda que no me gusta, esa izquierda que es culpable de todos nuestros males, esa izquierda que no da paso a la verdadera izquierda: la mía. Yo no quiero encontrar puntos en común con esa izquierda de la que me hice el loco cuando la persiguieron mientras destruían el país, yo quiero aclararles que estaban mal y que siguen estando mal. Y es que pocos lugares para encontrar egos tan convencidos de sí mismos como la izquierda política.

Ni un banquero con afanes de privatizar hasta la salud pública pudo unir a todos los supuestos equipos contrarios. Para una izquierda, siempre los otros serán traidores, vendidos a la derecha y lentejeros. Para la otra izquierda, los otros siempre serán unos sumisos hijos de caudillo. Así, de ambos lados: todos felices, todos puros, todos en lo correcto. Al parecer no se necesita nada más.

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