La era neoliberal está terminando ¿Qué viene luego? Pt. 1

La Raíz - Pensamiento Crítico
11 min readJun 7, 2020

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Por Rutger Bregman*

Domingo, 7 de junio 2020

* Esta es la primera parte de la traducción libre del artículo completo publicado originalmente en inglés en el sitio web The Correspondent el 14 de mayo de 2020. (Rutger Bregman es corresponsal de The Correspondent)

Manifestaciones en contra del Gobierno. Quito, Ecuador. Julio de 2018.

Hay quienes dicen que esta pandemia no debe ser politizada. Hacer eso es el equivalente de regodearse en la superioridad moral. Como lo haría el religioso intransigente gritando que es por la ira de Dios, o el populista alarmista acerca del “virus chino”, o la observadora de tendencias prediciendo que finalmente entramos en una nueva era de amor, conciencia, y dinero gratis para todos y todas.

También hay quienes dicen que ahora es precisamente el momento de expresarse. Que las decisiones que se están realizando en este momento tendrán ramificaciones profundas en el futuro. O, como lo decía el jefe de gabinete de Obama luego de que Lehman Brothers quebró en 2008: “Nunca querrás que una crisis seria se desperdicie”.

En las primeras semanas, tendí a juntarme con los detractores. He escrito antes acerca de las oportunidades que las crisis presentan, pero ahora parecía insensible, incluso ofensivo. Luego, más días pasaron. Poco a poco, empezó a volverse claro que esta crisis podría durar meses, un año, quizás más. Y que las medidas anticrisis impuestas temporalmente un día bien podrían volverse permanentes al siguiente.

Nadie sabe que nos espera en el tiempo. Pero es precisamente porque no lo sabemos, porque el futuro es tan incierto, que necesitamos hablar sobre eso.

La marea está cambiando

El 4 de abril de 2020, el periódico británico Financial Times publicaba un editorial que probablemente será citado por historiadores e historiadoras durante los siguientes años.

El Financial Times es el diario de negocios líder mundial y, seamos honestos, no es exactamente una publicación progresista. Es leída por los más ricos y los más poderosos jugadores en la política global y financiera. Cada mes, publica una revista suplemento descaradamente titulada “How to spend it” (“Como gastarlo”) donde hablan de yates, mansiones, relojes y carros.

Pero en esa memorable mañana de ese sábado de abril, ese periódico publicó esto:

“Reformas radicales — revirtiendo la dirección de las políticas prevalecientes de las últimas cuatro décadas — serán requeridas sobre la mesa. Los gobiernos tendrán que aceptar un rol más activo (del estado) en la economía. Deberán mirar a los servicios públicos como inversiones en lugar de cargas, y buscar maneras de hacer que los mercados de trabajo sean menos inseguros. La redistribución estará nuevamente en la agenda; los privilegios de los ancianos y ricos serán puestos en duda. Políticas que hasta recientemente era consideradas excéntricas, como la renta básica e impuestos al patrimonio, tendrán que estar en la mezcla.”

¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo puede la tribuna del capitalismo de repente estar abogando por más redistribución, más gobierno e incluso una renta básica?

Por décadas, esta institución se mantuvo firme detrás de un modelo capitalista del Estado pequeño,bajos impuestos, seguridad social limitada — o como mucho con los bordes filosos limados. “A lo largo de los años que he trabajado ahí”, respondió un periodista quien había escrito para el periódico desde 1986, “el Financial Times ha abogado por el capitalismo de libre mercado con rostro humano. Esto que ha enviado el consejo editorial nos conduce en una atrevida nueva dirección.”

Las ideas en ese editorial no solo aparecieron ahí de la nada: esas ideas han viajado una distancia muy larga, desde los márgenes hasta el centro de la cultura dominante. Desde los campamentos anarquistas hasta los talkshows de máxima audiencia; desde los blogs oscuros hasta el Financial Times.

Y ahora, en medio de la mayor crisis desde la segunda guerra mundial, esas ideas bien podrían cambiar el mundo.

Para entender cómo llegamos hasta aquí, necesitamos retroceder un paso en la historia. Aunque resulte difícil de imaginar ahora, hubo un tiempo — hace unos 70 años — en el que los defensores del libre mercado eran los radicales.

En 1947, un pequeño think tank fue fundado en el pueblo de Mont Pèlerin (Suiza). La “Sociedad de Mont Pèlerin” fue creada por autoproclamados “neoliberales”, hombres como el filósofo Friedrich Hayek y el economista Milton Friedman.

En esos días, justo después de la guerra, la mayoría de políticos y economistas patrocinaron las ideas de John Maynard Keynes, economista británico y adalid de un Estado fuerte, impuestos altos, y una robusta red de seguridad social. Los neoliberales, al contrario, temían que los Estados crecientes den lugar a una nueva clase de tiranía. Así que se rebelaron.

Hayek & Friedman. Fuente: Wikipedia

Los miembros de la “Sociedad de Mont Pèlerin” sabían que ellos tenían un largo camino por recorrer. El tiempo que toma para que nuevas ideas prevalezcan “es usualmente una generación o quizás más”, anotaba Hayek, “y esa es una razón por la que…nuestro pensamiento presente parece muy impotente para influenciar los acontecimientos.”

Friedman tenía el mismo pensamiento: “La gente que ahora está dirigiendo el país refleja la atmósfera intelectual de hace casi dos décadas, cuando ellos estaban en la universidad”. La mayoría de la gente, él creía, desarrolla sus ideas básicas durante su juventud. Lo que explicaba por qué “las viejas teorías todavía dominaban lo que sucedía en el mundo político”.

Friedman era un evangelista de los principios del libre mercado. Él creía en la primacía del interés personal. Cualquiera que sea el problema, su solución era simple: fuera el gobierno; larga vida a los negocios. O más bien, el gobierno debería convertir cada sector en un mercado, desde la salud hasta la educación. A la fuerza, si es necesario. Incluso en un desastre natural, las compañías compitiendo deberían ser las que se encarguen de organizar la ayuda.

Friedman sabía que él era un radical. Él sabía que se encontraba muy lejos del sentido común dominante. Pero eso solo lo energizaba. En 1969, la revista Time caracterizó al economista estadounidense como “un diseñador parisino cuya alta costura es comprada por unos pocos selectos, pero que a pesar de ello influencia a casi toda la moda popular.”

Las crisis juegan un papel central en el pensamiento de Friedman. En el prefacio de su libro “Capitalismo y Libertad” (1982), escribió las famosas palabras:

“Solo una crisis — real o percibida — produce un cambio real. Cuando las crisis ocurren, las acciones que se toman dependen de las ideas que están regadas por ahí.”

Las ideas que están regadas por ahí. De acuerdo con Friedman, lo que pasa en un tiempo de crisis depende del trabajo previo que se ha realizado. Entonces, las ideas que alguna vez fueron desechadas como irreales o imposibles puede que se conviertan en inevitables.

Y eso fue exactamente lo que sucedió. Durante las crisis de los 70 (contracción económica, inflación, y el embargo petrolero de la OPEP), los neoliberales estaban listos y esperando al acecho. “Juntos, ellos ayudaron a precipitar una transformación de las políticas globales”, resume el historiador Angus Burgin. Líderes conservadores como el presidente de los EEUU, Ronald Reagan, y la primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, adoptaron las ideas alguna vez radicales de Hayek y Friedman, y al mismo tiempo lo hicieron sus adversarios políticos, como Bill Clinton y Tony Blair.

Una a una, empresas públicas alrededor del mundo fueron privatizadas. Sindicatos fueron restringidos y los beneficios sociales fueron recortados. Reagan declaró que las palabras más temidas en el lenguaje eran “Soy del gobierno y estoy aquí para ayudar”. Y luego de la caída del comunismo en 1989, incluso la socialdemocracia pareció perder la fe en el gobierno. En el “Discurso del Estado de la Unión” de 1996, Clinton, presidente en ese momento, pronunció que “la era del gobierno grande ha terminado”.

El neoliberalismo se ha expandido desde los think tanks al periodismo y desde el periodismo a la política, infectando a las personas como un virus. En una cena en el 2002, se le preguntó a Thatcher sobre cuál era para ella su más logro más grande ¿Su respuesta? “Tony Blair y el nuevo Laborismo. Nosotros forzamos a nuestros oponentes a cambiar de opinión.”

Y así llegó el 2008.

El 15 de septiembre, el banco estadounidense Lehman Brothers desencadenó la peor crisis financiera desde la Gran Depresión. Cuando masivos rescates financieros fueron necesarios para salvar al llamado “libre” mercado, parecía una señal del colapso del neoliberalismo.

Y, aun así, el 2008 no marcó un punto de inflexión histórico. Uno tras otro, los países rechazaron a sus políticos de izquierda. Se realizaron profundos recortes de recursos públicos a la educación, salud, y seguridad social, incluso mientras las brechas de desigualdad crecían y las bonificaciones en Wall Street se elevaban a niveles récord. En el Financial Times, una edición digital de la revista de la vida de lujo “How to spend it” fue publicada un año luego del crash.

Donde los neoliberales habían pasado años preparándose para las crisis de los 70, sus rivales ahora se encontraban parados con las manos vacías. Más que nada, ellos solo sabían que estaban en contra de los recortes. En contra del establishment ¿Pero un programa? No estaba suficientemente claro lo que apoyaban.

Ahora, 12 años después, la crisis golpea de nuevo. Una que es más devastadora, más estremecedora y mortífera. De acuerdo con el Banco Central de Inglaterra, el Reino Unido se encuentra en la víspera de la mayor recesión desde el invierno de 1709. En el lapso de solo 3 semanas, cerca de 17 millones de personas en los EEUU aplicaron para recibir ayudas económicas. En la crisis financiera de 2008, tomó dos años completos para que ese país alcanzara siquiera la mitad de esa cifra.

A diferencia del crack del 2008, la crisis del coronavirus tiene una causa clara. Donde la mayoría de nosotros y nosotras no tenía la menor idea de que eran las “obligaciones colaterales de deuda” o “permutas de incumplimiento crediticio”, todos y todas sabemos lo que es un virus. Y mientras que después de 2008 la banca imprudente tendió a echar la culpa a los deudores, ese truco no les servirá ahora.

Pero ¿La distinción más importante entre 2008 y ahora? El trabajo intelectual previo. Las ideas que están regadas por ahí. Si Friedman estaba en lo correcto y una crisis logra que lo impensable sea inevitable, entonces en este tiempo la historia podría tomar un giro muy diferente.

Tres peligrosos economistas franceses

“Tres economistas de extrema izquierda están influenciando la manera que la gente joven mira la economía y el capitalismo”, titulaba un artìculo un sitio web de extrema derecha en octubre de 2019. Es uno de los blogs de más bajo presupuesto que se destaca por difundir noticias falsas, pero que en este titular acerca del impacto de el trio de economistas franceses dieron justo en el clavo.

Thomas Piketty. Fuente: La República Co.

Recuerdo la primera vez que me crucé con el nombre de uno de ellos tres: Thomas Piketty. Fue en el otoño de 2013, revisando el blog del economista Branko Milanović, como lo hacía frecuentemente porque su mordaz crítica a sus colegas era muy entretenida. Pero en este post en particular, Milanović tomó abruptamente un tono diferente. Él acababa de leer un tomo en francés de 790 páginas y estaba extasiado. Leí que fue “un parteaguas en el pensamiento económico”.

Milanović, desde hacía tiempo, era uno de los pocos economistas que prestaba algún interés en investigar la desigualdad. La mayoría de sus colegas ni siquiera tocaban el tema. En 2003 Robert Lucas, galardonado con el Nobel de Economía, había incluso afirmado que investigar preguntas acerca de distribución era “lo más venenoso” para una “economía sólida”.

Emmanuel Saez. Fuente: Wikipedia

Mientras tanto, Piketty había ya empezado su innovador trabajo. En 2001, publicó un sombrío libro con el primer gráfico en la historia en trazar el porcentaje de ingreso del 1% más rico. Junto con su colega economista Emmanuel Saez — número dos del trío francés — demostraron que la desigualdad en los Estados Unidos es tan alta ahora como lo fue en los escandalosos años 20. Fue este trabajo académico el que inspiraría la bandera de lucha del movimiento Occupy Wall Street: “Somos el 99%”.

En 2014, Piketty tomó al mundo por asalto. El profesor se convirtió en un “economista rock-star” — para la frustración de muchos y muchas (con el Financial Times embistiendo un frontal ataque). Piketty viajó por el mundo para compartir su receta con periodistas y políticos ¿El ingrediente principal? Impuestos.

Gabriel Zucman. Fuente: Wikipedia.

Esto nos lleva al especial número tres del trío francés, el joven economista Gabriel Zucman. En el mismo día que Lehman Brothers caía en 2008, este estudiante de economía de 21 años empezó una pasantía en una empresa francesa de corretaje financiero. En los meses siguientes, Zucman tuvo un asiento preferencial para ver el colapso de sistema financiero global. Incluso ese momento, él se sorprendió por las astronómicas sumas que fluyen a través de pequeños países como Luxemburgo y Bermuda, los paraísos fiscales donde super ricos mundiales esconden su riqueza.

Dentro de un par de años, Zucman se convirtió en uno de los más famosos expertos fiscales del mundo. En su libro “La riqueza oculta de las naciones” (2015), él dedujo que $7.6 trillones de la riqueza del mundo está escondida en paraísos fiscales. Y en un libro, en el que es coautor con Emmanuel Saez, Zucman calculó que los cuatrocientos estadounidenses más ricos pagan una tasa menor de impuestos que cualquier otro grupo de ingresos, desde los plomeros, personal de limpieza, enfermeras hasta personas jubiladas.

El joven economista no necesitó muchas palabras para explicarlo. Su mentor Piketty había lanzado otro ladrillo en 2020 (de alrededor 1088 páginas), pero el libro de Zucman y Saez podía leerse en un día. Concisamente subtitulado “Cómo los ricos evaden impuestos y cómo hacerles pagar”, puede ser leído como una lista de tareas para el próximo presidente de los Estados Unidos.

¿El paso más importante? Crear un impuesto anual progresivo sobre el patrimonio de todos los multimillonarios. Resultó que impuestos altos no necesariamente son malos para la economía. Al contrario, impuestos altos pueden hacer que el capitalismo funcione mejor. (En 1952, el tramo fiscal más alto para el impuesto sobre ingresos en los Estados Unidos era del 92%, y la economía creció más rápido que nunca).

Hace cinco años, este tipo de ideas todavía eran consideradas muy radicales para tocarlas. El asesor financiero del expresidente Obama le aseguró que un impuesto al patrimonio nunca funcionaría, y que los ricos (con sus ejércitos de contadores y abogados) encontrarían siempre una manera de esconder su dinero. Inclusive el equipo de Bernie Sanders declinó los ofrecimientos del trío francés para ayudar a diseñar un impuesto al patrimonio para su propuesta presidencial en 2016.

Pero el 2016 se encuentra a una eternidad ideológica de donde estamos ahora. En 2020, el “moderado” rival de Sanders, Joe Biden, está proponiendo el doble de incrementos tributarios que los que planteó Hillary Clinton hace cuatro años. En estos días, la mayoría de votantes estadounidenses (incluidos republicanos) están a favor de impuestos significantemente más altos para los super ricos. Mientras tanto, al otro lado del charco, hasta el Financial Times concluye que un impuesto al patrimonio podría no ser tan mala idea.

El siguiente domingo, 14 de Junio, la entrega final de la traducción libre de este gran artículo de lectura recomendada.

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