La era neoliberal está terminando ¿Qué viene luego? Pt. 2

La Raíz - Pensamiento Crítico
13 min readJun 15, 2020

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Por Rutger Bregman*

Domingo, 14 de junio de 2020

*Esta es la parte final de la traducción libre del artículo completo publicado en inglés en el sitio web The Correspondent el 14 de mayo de 2020 (Rutger Bregman es corresponsal de ese medio).

Protestas en Ecuador — Junio, 2020. Fuente: elobservador.com.uy

Más allá de la izquierda de cafetín

“El problema con el socialismo”, alguna vez bromeó Thatcher, “es que eventualmente se te acaba el dinero de los demás.”

Thatcher puso el dedo en la llaga. A los políticos y políticas de izquierda les gusta hablar de impuestos y desigualdad, pero ¿de dónde se supone que viene todo el dinero? La suposición actual — en ambos lados del pasillo político — es que la mayoría de la riqueza es “ganada” en lo alto por emprendedores visionarios, hombres como Jeff Bezos y Elon Musk. Esto se convierte en una cuestión de conciencia moral: ¿no deberían esos titanes de la Tierra compartir algo de su riqueza?

Si este también es su entendimiento, entonces me gustaría presentarles a Mariana Mazzucato, una de las economistas de criterio más avanzado de nuestros tiempos. Mazzucato pertenece a la generación de economistas, predominantemente mujeres, quienes cree que hablar meramente de impuestos no es suficiente. “La razón por la que usualmente los progresistas pierden las discusiones”, Mazzucato explica, “es que se enfocan demasiado en la redistribución de la riqueza y no lo suficiente en la creación de riqueza”.

En semanas recientes, listas han sido publicadas alrededor de todo el mundo de lo que hemos empezado a llamar “trabajadores/as esenciales”. Y, sorpresa: trabajos como “gerente de fondo de inversión” y “consultor fiscal multinacional” no aparecen por ningún lado en esas listas. De repente, se ha vuelto diáfano quienes se encuentran haciendo el trabajo verdaderamente importante en los cuidados, en la educación, en tránsito público y en los mercados y tiendas de alimentos.

Mariana Mazzucato. Fuente: The Times: “Don’t mess with Mariana Mazzucato, the world’s scariest economist”

En 2018, dos economistas holandeses realizaron un estudio que los llevó a concluir que un cuarto de la población trabajadora sospecha que sus trabajos no tienen sentido. Incluso más interesante, es que hay cuatro veces más “trabajos socialmente inútiles” en el mundo de los negocios que en la esfera de lo público. La mayoría de estas personas con auto declarados “trabajos de mierda” son empleados en sectores como finanzas y marketing.

Esto nos lleva a la pregunta: ¿dónde realmente se crea la riqueza? Medios como el Financial Times frecuentemente claman — como los inventores neoliberales, Friedman y Hayek- que la riqueza es creada por emprendedores, no por los Estados. Los gobiernos son, como mucho, facilitadores. Su rol es el de proveer buena infraestructura y reducciones fiscales atractivas — y luego quitarse del camino.

Pero en 2011, luego de escuchar al enésimo político llamar despectivamente a los funcionarias y funcionarios públicos “enemigos de las empresas”, algo hizo click en la cabeza de Mazzucato. Así que decidió hacer un poco de investigación. Dos años después, ella escribió un libro que causó conmoción a lo largo del mundo de la política pública. Su título: El Estado Emprendedor.

En su libro, Mazzucato demostraba que no solo la educación, la salud, la recolección de basura y el correo empiezan con el gobierno, pero también inversiones reales y rentables. Consideremos el iPhone. Cada tajada de tecnología que hace del iPhone un teléfono inteligente en lugar de un teléfono estúpido (internet, GPS, pantalla táctil, batería, disco duro, reconocimiento de voz) fue desarrollado por investigaciones financiadas por el gobierno.

Y lo que aplica para Apple aplica igualmente a otros gigantes tecnológicos. ¿Google? Recibió una gorda subvención gubernamental para desarrollar un motor de búsqueda. ¿Tesla? Estaba desesperado por lograr inversores hasta que el Departamento de Energía de los EE. UU. le entregó más de $465 millones. (Elon Musk ha sido un gran comelón de subvenciones desde el principio, con tres de sus compañías — Tesla, SpaceX, y SolarCity — habiendo recibido un total combinado de casi $5 000 millones de dinero del contribuyente).

“Mientras más miraba”, Mazzucato cuenta en la revista de tecnología Wired el año pasado, “más me daba cuenta: las inversiones del Estado están en todo lado.”

Es cierto, a veces el gobierno invierte en proyectos que no compensan. ¿Sorprendente? No: eso es exactamente de lo que se trata al invertir. Las empresas siempre están hablando de tomar riesgos. Y el problema con la mayoría de “negocios” capitalistas, hace hincapié Mazzucato, es que no están dispuestos a arriesgarse mucho. Luego del brote de SARS en el 2003, los inversores privados rápidamente desconectaron el cable de las investigaciones sobre coronavirus. Simplemente no eran suficientemente rentables. Mientras tanto, investigaciones financiadas públicamente continuaron, por las cuales el gobierno estadounidense pagó unos buenos $700 millones. (Si es que, y cuando una vacuna llegue, tendremos que agradecer al gobierno por eso).

Pero quizás el ejemplo que mejor explica el caso de Mazzucato es el de la industria farmacéutica. Casi cualquier descubrimiento médico empieza en laboratorios financiados públicamente. Gigantes farmacéuticos como Roche o Pfizer, habitualmente solo compran las patentes y venden viejas medicinas en nuevas marcas, y luego usan esas ganancias para pagar dividendos y recomprarse acciones (algo bueno para elevar su valor en el mercado). Todo lo cual ha permitido que el pago a accionistas de las 27 mayores compañias farmaceuticas se multipliquen por cuatro desde el 2000.

Si le preguntan a Mazzucato, esto necesita cambiar. Cuando el gobierno subsidia innovaciones importantes, ella dice que la industria es bienvenida. Y algo más, ¡esa es exactamente la idea! Pero el gobierno debe recuperar su inversión inicial — con intereses. Es exasperante que ahora mismo las corporaciones que están recibiendo los mayores rescates financieros son también las mayores evasoras fiscales. Corporaciones como Apple, Google, y Pfizer, las cuales tiene decenas de miles de millones escondidos en paraísos fiscales alrededor del mundo.

No hay duda de que estas compañías deben pagar su porción justa en impuestos. Pero es incluso más importante, de acuerdo con Mazzucato, que el gobierno finalmente reclame el crédito por sus propios logros. Uno de sus ejemplos favoritos es la carrera espacial de los 60. En el discurso de 1962, el entonces presidente Kennedy declaró “Nosotros elegimos ir a la luna en esta década y hacer otras cosas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles.”

Además, en los tiempos que corren, enfrentamos retos tremendos que claman por los poderes de innovación sin paralelo de un Estado emprendedor. Para empezar, uno de los problemas más apremiantes que jamás hemos enfrentado como especie humana: el cambio climático. Ahora más que nunca, necesitamos la mentalidad glorificada del discurso de Kennedy para alcanzar la transformación necesaria para el cambio climático. No es accidental, entonces, que Mazzucato, junto la economista británica-venezolana Carlota Pérez, se convirtiera en la madre intelectual del Green New Deal, el plan mundial más ambicioso para enfrentar el cambio climático.

Otra de las amigas de Mazzucato, la econmista estadounidense Stephanie Kelton, añade que los gobiernos pueden imprimir dinero extra si necesitan financiar sus ambiciones — y sin preocuparse por los déficits o deudas nacionales. Economistas como Mazzucato y Kelton no tienen mucha paciencia con políticos/as, economistas y periodistas de la vieja escuela quienes les gusta comparar a los gobiernos con los hogares. Después de todo, los hogares no pueden recaudar impuestos o expedir crédito en su propia moneda.

Mariana Mazzucato en el Foro Económico Mundial en Davos, 2019. Foto: EPA / Hollandse Hoogte

Sobre lo que estamos hablando aquí es, ni más ni menos, que de una revolución en el pensamiento económico. Cuando la crisis del 2008 fue seguida por una severa austeridad, ahora estamos viviendo en un momento donde alguien como Kelton (autora de un libro contundentemente titulado El Mito del Déficit) es llamada por no otro que el Financial Times como una Milton Friedman moderna.

Y cuando ese mismo medio escribió a principios de abril que el gobierno “debe mirar a los servicios públicos como inversiones más que como riesgos”, estaba resonando precisamente lo que Kelton y Mazzucato habían estado arguyendo por años.

Pero quizás lo más interesante sobre estas mujeres es que ellas no estaban satisfechas solo con hablar. Ellas querían resultados. Kelton, por ejemplo, es una influyente asesora política. Pérez ha servido como consultora en innumerables compañías e instituciones, y Mazzucato es también una tejedora de contactos nata que sabe cómo moverse dentro de las instituciones mundiales.

Ella no solo es una invitada frecuente en el Foro Económico Mundial en Davos (donde las personas más ricas y poderosas del mundo se juntan cada año), la economista italiana también ha asesorado a senadoras como Elizabeth Warren y la congresista Alexandra Ocasio-Cortez en los EE. UU. y al primer ministro escocés, Nicola Sturgeon. Y cuando el Parlamento Europeo votó para aprobar un ambicioso programa de innovación el año pasado, también esto fue bosquejado por Mazzucato.

“Quería que el trabajo tuviera impacto”, remarcaba sencillamente la economista en su momento. “De otro modo es izquierda de cafetín: vas, y hablas de vez en cuando, y luego nada pasa”.

Cómo las ideas conquistan el mundo

¿Cómo cambias el mundo?

Hazle esta pregunta a un grupo de progresistas angloparlantes y no pasará mucho tiempo antes de que alguien diga: “Joseph Overton”. Overton se adhirió a las opiniones de Milton Friedman. Trabajó para un think tank neoliberal y pasó años haciendo propaganda para bajar impuestos y reducir el estado. Y se interesó en la cuestión de cómo las cosas que son impensables se vuelven, con el tiempo, inevitables.

Imagina una ventana, decía Overton. Las ideas que caen dentro de la ventana se consideran “aceptables” o incluso “populares” en un momento dado. Si eres un político que quiere ser reelegido, lo mejor es que te quedes dentro de esta ventana. Pero si quiere cambiar el mundo, necesitas cambiar la ventana ¿Cómo? Empujando los bordes. Siendo irrazonable, insufrible y poco realista.

Fuente: WIkipedia

En los últimos años, la Ventana de Overton se ha desplazado innegablemente. Lo que alguna vez estuvo en los márgenes, ahora es el sentido común. El oscuro gráfico de un economista francés se convirtió en el eslogan: “Somos el 99%” del movimiento “Occupy Wall Street”. Este movimiento allanó el camino para un candidato presidencial revolucionario, y Bernie Sanders arrastró a otros políticos como Biden en su dirección.

Hoy en día en Estados Unidos, más jóvenes tienen una visión favorable del socialismo que del capitalismo, algo que habría sido impensable hace 30 años. (A principios de los años 80s, los votantes jóvenes eran la mayor base del apoyo al neoliberal Ronald Reagan).

¿Pero no perdió Sanders las primarias? ¿Y no sufrió el socialista Jeremy Corbyn una dramática derrota electoral el año pasado en el Reino Unido?

Por supuesto que sí. Pero los resultados de las elecciones no son el único signo de los tiempos. Corbyn pudo haber perdido las elecciones de 2017 y 2019, pero la política conservadora terminó mucho más cerca de los planes financieros del Partido Laborista que de su propio manifiesto.

Del mismo modo, aunque Sanders se presentó con un plan climático más radical que el de Biden en 2020, el actual plan climático de Biden es más radical que el que Sanders tenía en 2016.

Thatcher no estaba bromeando cuando dijo que el Nuevo Laborismo y Tony Blair “eran su mayor logro”. Cuando el partido de Thatcher fue derrotado electoralmente en 1997, fue por un oponente que tenía las mismas ideas.

Cambiar el mundo es una tarea ingrata. No hay momento de triunfo cuando tus adversarios reconocen humildemente que tenías razón. En política, lo mejor que puedes esperar es el plagio. Friedman ya había comprendido esto en 1970, cuando describió a un periodista cómo sus ideas conquistarían el mundo. Según él, se desarrollaría en cuatro actos:

“Acto I: Se evitan los puntos de vista de los locos como yo.

Acto II: Los defensores de la ortodoxia se sienten incómodos porque mis ideas parecen tener un elemento de verdad.

Acto III: La gente dice: “todos sabemos que esta es una visión poco práctica y teóricamente extrema — pero por supuesto tenemos que buscar formas más moderadas de avanzar en esta dirección”.

Acto IV: Los opositores convierten mis ideas en caricaturas insostenibles para poder moverse y ocupar el suelo donde antes estaba”.

Aún así, si las grandes ideas comienzan con los locos, eso no significa que todos los locos tengan grandes ideas. Y aunque las nociones radicales a veces se vuelven populares, por una vez, también estaría bien ganar las elecciones. Lamentablemente, la Ventana de Overton se utiliza, con demasiada frecuencia, como una excusa para justificar los fracasos de la izquierda. Como por ejemplo en la frase: “al menos ganamos la batalla de las ideas”.

Muchos autoproclamados “radicales” sólo tienen planes a medias para ganar poder, si es que tienen algún plan. Pero critica ese plan y serás tildado de traidor (o tibio). De hecho, la izquierda tiene un historial de culpar a otros — a los medios de comunicación, al establishment (poder dominante), a los escépticos dentro de sus propias filas — pero rara vez se responsabiliza de sí misma (digamos, una autocrítica real).

El libro “Mujeres difíciles” de la periodista británica Helen Lewis, que leí recientemente durante el encierro, me recordó lo difícil que es cambiar el mundo. El libro es una historia del feminismo en Gran Bretaña, pero debería ser de lectura obligatoria para cualquiera que aspire a crear un mundo mejor.

Por “difícil”, Lewis se refiere a tres elementos:

  1. Es difícil cambiar el mundo. Hay que hacer sacrificios.
  2. Muchos revolucionarios son difíciles. El progreso suele empezar con gente obstinada y odiosa que deliberadamente “mueve el piso”.
  3. Hacer el bien no significa ser perfecto. Los héroes y heroínas de la historia rara vez fueron tan impolutos como más tarde se quiere hace creer.

La crítica de Lewis es que muchos activistas parecen ignorar esta complejidad, y eso los hace notablemente menos efectivos. Miren Twitter: está lleno de gente que parece más interesada en juzgar a otras u otros tuiteros. Quién ayer fue héroe o heroína es derribada mañana a la primera observación incómoda o mancha de controversia.

Lewis muestra que hay muchos roles diferentes que entran en juego en cualquier movimiento, que a menudo requieren alianzas y compromisos incómodos. Como el movimiento del sufragio británico, que reunió a toda una serie de “mujeres difíciles, desde pescadoras a aristócratas, desde niñas de molino a princesas indias”. Esa compleja alianza sobrevivió el tiempo suficiente para lograr la victoria de 1918, concediendo el derecho al voto a las mujeres mayores de 30 años que poseían propiedades.

(Así es, inicialmente sólo las mujeres privilegiadas obtuvieron el voto. Resultó ser un compromiso sensato, porque ese primer paso llevó a que el siguiente sea inevitable: el sufragio universal para las mujeres en 1928).

Y no, ni siquiera su éxito pudo convertir a todas esas feministas en amigas. Todo lo contrario. Según Lewis: “Incluso las sufragistas guardan el recuerdo de su gran triunfo empañado por los conflictos personales”.

Resulta ser que el progreso es difícil.

Protestas en Ecuador. Octubre — 2019. Fuente: BBC Mundo

La forma en que concebimos el activismo tiende a olvidar el hecho de que necesitamos de roles diferentes. Nuestra inclinación — en los programas de entrevistas y alrededor de las mesas de análisis — es elegir nuestro tipo de activismo preferido: le damos me gusta a Greta Thunberg; pero nos disgustan los bloqueos de carreteras escenificados por el grupo “Extinction Rebellion”. O admiramos a los manifestantes de “Occupy Wall Street” pero despreciamos a las activistas que se encargan del lobby en Davos.

Así no es como funciona el cambio. Todas estas personas tienen roles que desempeñar. Tanto el profesor universitario como el anarquista. El periodista independiente y el agitador. El provocador y el pacificador. La gente que escribe en la lenguaje técnico y jerga académica; y los que traducen para un público más amplio. La gente que hace lobby entre bastidores y los que enfrentan en primera línea a la policía antidisturbios y los “trucutú”.

Hay una cosa que es segura. Llega un momento en que ya no es suficiente con empujar los bordes de la Ventana de Overton. Llega un momento en que es hora de marchar a través de las instituciones y llevar las ideas que una vez fueron radicales a los centros del poder.

Creo que ese momento es ahora.

La ideología que fue dominante estos últimos 40 años está muriendo ¿Qué la reemplazará? Nadie lo sabe con seguridad. No es difícil imaginar que esta crisis nos envíe por un camino aún más oscuro. Que los gobernantes usen esta crisis para hacerse más con el poder, restringir las libertades de la población y avivar las llamas del racismo y el odio.

Pero las cosas pueden ser diferentes. Gracias al trabajo duro de innumerables activistas y académicos, de los que trabajan en red y de los agitadores, también podemos imaginar otro camino. Esta pandemia podría llevarnos por un camino de valores nuevos.

Si hay un dogma que define al neoliberalismo, es que la mayoría de la gente es egoísta. Y es desde esa visión cínica de la naturaleza humana que se desencadenó todo lo demás: las privatizaciones, la creciente desigualdad y la erosión de la confianza en lo público.

Ahora se ha abierto un espacio para una visión diferente y más realista de la naturaleza humana: que la humanidad ha evolucionado para (y gracias a) la cooperación. Es a partir de esa convicción que todo lo demás puede seguir — un gobierno basado en la confianza pública, un sistema tributario arraigado en la solidaridad, así como las inversiones sostenibles necesarias para asegurar nuestro futuro común. Y todo esto justo a tiempo para estar preparados para la mayor prueba de este siglo, nuestra pandemia en cámara lenta: el cambio climático.

Nadie sabe a dónde nos llevará esta crisis. Pero en comparación con la última vez, al menos estamos más preparados.

Este artículo fue traducido del inglés por Rena-Quitu y Martí, militantes de La Raíz — Pensamiento Crítico. La versión original de este artículo está en holandés, sin embargo la versión en inglés está disponible aquí.

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