Lo político en los tiempos del Covid-19

Postura Crítica

La Raíz - Pensamiento Crítico
6 min readDec 29, 2020

Por Will Echeverría

Si hacemos memoria, durante este año no faltaron las voces sensatas que adviertieron lo peligroso, o inapropiado al menos, de politizar la pandemia. De hecho, uno de los más reconocidos periodistas de política en Ecuador, hizo varias veces un llamado en su espacio de opinión a líderes y partidos políticos con el mensaje: no politicen la pandemia. En una primera lectura, se diría que se refiere a la ‘realpolitik’, puesto que resulta difícil no percibir un cierto sentido de crítica al “lucro político” que podría estar en juego, si es que cabe el término.

En todo caso, ante la idea ávidamente difundida y abrazada desde los medios de comunicación de que “la política recoge lo peor de la sociedad”, de que “la mayoría de políticos son corruptos”, de que “la clase política no está a la altura de las circunstancias”, y un largo etc. de este mismo tenor, desde luego que es sensato advertir el craso error que implicaría politizar la pandemia. Incluso considerando las posturas que cuestionan esta idea señalando, moralmente, que este "es el precio" que las mayorías pagan por desentenderse de las cuestiones que configuran lo que se entiende o quieren que entendamos por política.

Sin embargo, la cuestión es si deberíamos o no discutir en ese cerrado y empantanado marco con argumentos y esperanzas de que la política se renueve y la semilla de los políticos honestos que sí nos hacen el aguante vaya germinando. Probablemente, un militante diría, con la esperanza como bandera, que hay que renovar la política y atacar la crisis de representatividad política que vivimos. Tal vez, un intelectual nos recordaría como la política es un producto más en el mercado del mundo de hoy y, por tanto, como los votantes reaccionan ante los políticos como si fueran productos que despiertan emociones. Sin embargo, si prestamos atención a lo que nos han advertido diversos intelectuales comprometidos con la praxis de su pensamiento, diríamos más bien que hay que cuestionar sobre todo el marco que están empleado para imponernos una supuesta apoliticidad de la pandemia.

El lugar común de la política se recoje en estos llamados que saben bien que la idea anti-política está bien instalada en una parte considerable de nuestra sociedad. Esto es, asumir que la identidad política y el partidismo político son, no una, sino la expresión genuina y única de lo que se entiende por política y, por tanto, que plantean como idea central que hablar de política implica enunciarse de derecha, centro o izquierda y qué para hacer política hay que estar en un partido político o en un cargo electoral. En definitiva, que la política tiene que ver con minorías que viven de y no para la política.

Disputemos ese marco. Las temáticas y situaciones que emergen en el contexto de la pandemia son ejemplos valiosos para expandir esas visiones tan funcionales a la despolitización de la sociedad que operan mediante la estigmatización de la política.

Para algunas personas llegó el momento de que el estado tenga un sentido práctico ante la crisis y rescate masivamente las empresas privadas que están quebrando día a día. Para otras, se volvió impostergable dejar que el sector privado se encargue, sin trabas burocráticas, de generar y salvar empleos. Unas ven al estado como la última tabla salvavidas, otras, como una pesada ancla, y hay también las que notan dramáticamente para que sirve el estado a partir de su ausencia.

Hay quienes tienen claro que hay sectores que han lucrado durante la crisis, incluso poniéndole apellidos al nombre 'banco’. Otros insisten en que hay que abrir la economía porque estamos perdiendo todos. Hay quienes se sienten afortunados de tener un trabajo para sobrevivir, aunque prácticamente se haya esfumado la posibilidad de trabajar para vivir y no al revés . También están quienes viven con miedo, con angustia, con ira, con fuerzas que luchan sin remedio contra el hambre y el virus. Otros, en cambio, que incorporaron abiertamente la fobia al otro, al diferente, a la multitud, a los nadies, como hábito pregonable fuera de las sociedades anónimas.

Y están los que ya no están, los que no aparecen, los que murieron por negligencia del gobierno y los que se fueron por el maldito virus. Las personas que se salvaron gracias a la salud pública, las que salieron a exigir que les paguen sueldos atrasados de meses. Las que exigieron que se transparenten las cifras, y las que le lavaron la cara a los gestores de lo público en su pésimo accionar durante este año. Las que aplauden al personal de salud pública al mismo tiempo que apoyan la reducción del estado, y las que son conscientes que existe lo público y que hay que defenderlo.

¿Acaso opinar sobre lo que debe hacer el estado para enfrentar la crisis no es tener una visión política? ¿No es político cuestionar los despidos masivos o aferrarse a los trabajos que hay para sobrevivir en medio de la tormenta? ¿O discutir sobre quiénes están lucrando durante esta crisis? ¿Es que no es política tomar consciencia de la importancia de la salud en el bienestar de la sociedad? ¿No es político discutir sobre el rol de lo público como hablamos de un evento deportivo o, incluso, hablar en la mesa del trabajo no remunerado de las mujeres en el hogar? ¿Acaso estos no son temas que atañen a las mayorías?

De hecho, se puede pensar y hacer desde el punto de vista colectivo sin identificarse con una ideología definida y por fuera de los partidos políticos. La organización en comunidad, colectivo, asociación, barrio, a partir de análisis y discusiones que inspiren la práctica es también ‘la política’, mientras qué las temáticas que conllevan una mirada colectiva que supere a las preocupaciones únicamente individuales e individualistas configuran ‘lo político’. La pandemia no ha hecho más que lanzarnos abruptamente a una panorámica de lo político en la sociedad contemporánea. Y si seguimos una de las grandes lecciones del feminismo, que tanto nos enseña con su lucha por un orden civilizatorio más justo, notamos la importancia de politizarlo todo, incluso lo que se suele presentar como personal cuando en realidad está determinado socialmente.

Politizar la pandemia es problematizar lo político; aquello que es urgente e indispensable discutir en esta etapa inedita de nuestra historia. Si lo político es lo público, lo común, lo social de cara a este punto de inflexión tenemos que hablarlo ampliamente y evidenciar que, por ejemplo, hay quienes hablaron hasta hace muy poco, con las cajas de resonancia de los medios corporativos de comunicación, de la inmunidad de rebaño como eufemismo para decir que tiene que contagiarse (sacrificarse) una parte importante de la sociedad, la más pobre y vulnerable; pero ahora que se está produciendo la vacuna, callan ruidosamente sobre la necesidad de estrategias de vacunación universales que prioricen a la población más pobre y vulnerable. O que hay quienes recalcan que hay que bajar impuestos directos por las pérdidas de los sectores empresariales, cuando estos impuestos se gravan sobre las utilidades; y que hacen mutis por el foro a la realidad de las grandes empresas y sectores financieros que han tenido ganancias extraordinarias en medio de esta grave crisis económica y la urgencia de crear e incrementar impuestos directos a estas empresas y sectores.

¿Cómo no mirar esto desde la esfera de lo político y por ende cómo no politizar todo lo común, social, público que implica la más grave crisis en lo que va del siglo XXI? Es por el contrario, el momento para discutir como la desigualdad ha agravado las consecuencias sociales de la pandemia, para reflexionar como la depredación del medio ambiente obliga a que humanos y otras especies animales convivan en donde antes no lo hacían y con ello generen las posibilidades de que nuevos virus salten al ser humano (es decir, una farmacopea abrupta; recordemos que le debemos el sarampión y la tuberculosis a las vacas, la tos ferina a los cerdos, la gripe a los patos).

¿Cómo no hacernos notar que para las personas más pobres y vulnerables del país no da lo mismo cuál sea el gobierno, por muy estado capitalista que sea, o por más que 'yo viva de mi trabajo y no del gobierno’? ¿Cómo no militar por un estado que garantice derechos humanos, económicos y sociales cuando no sólo es urgente para la sociedad en su conjunto, sino más posible que nunca? ¿Cómo no construir lo político, para generar organización e inspirar la praxis? Si en las crisis se evidencian las limitaciones y falsedades de las ideas que dominan el sentido común, el reto es demostrar, parafraseando a Iñigo Errejón, que las alternativas a esas visiones dominantes no sólo funcionan en las crisis sino que se pueden expandir y prolongar en diferentes etapas para construir una sociedad más justa, menos desigual y realmente libre.

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