No culpes a las redes sociales. La culpa es del Capitalismo.

La Raíz - Pensamiento Crítico
9 min readOct 14, 2020

Por Paris Marx*

*Traducción libre al español del artículo original en inglés publicado el 27 de septiembre de 2020 en el sitio web de la revista digital Jacobin. Paris Marx es un escritor independiente, anfitrión del podcast de izquierda “La tecnología no nos salvará”, y editor de Radical Urbanist.

Un nuevo documental de Netflix, El dilema de las redes sociales, podría hacernos creer que la creciente división social y la polarización en la retórica política es el producto de Facebook y Twitter, y no por el hecho de que la desigualdad de ingresos ha vuelto a niveles que no veíamos desde antes de la Gran Depresión de 1929.

Créditos de la imagen: (Charles Deluvio / Unsplash)

Facebook y Google están recolectando vastos tesoros de datos sobre nosotrxs y usando esa información no solo para vendernos anuncios, sino para volvernos adictos a sus plataformas, separarnos de nuestros amigxs y familia, y llenar nuestras mentes con teorías de la conspiración dañinas. Al menos esos es lo que el nuevo documental de Netflix quiere hacernos creer.

El dilema de las redes sociales fue lanzado en Netflix el 9 de septiembre e inmediatamente escaló a su top 10 de reproducciones. El documental recoge los testimonios de personas que solían trabajar en grandes compañías tecnológicas y ahora han visto la luz, junto con otros investigadores e investigadoras de distintos campos quienes apoyan la idea de que el “capitalismo de vigilancia” es una amenaza existencial para nuestras sociedades.

Aun así, esta narrativa tecno-determinista exacerba las capacidades de captura de datos y algoritmos, y, de esta manera, culpa a la tecnología de una serie de problemas que tienen su raíz en las condiciones sociales y económicas fundamentales de una sociedad moderna. Es importante entender qué efectos tienen las tecnologías en nosotrxs, tanto personal como colectivamente, pero no reconocer la larga historia de estos problemas y de las amplias estructuras que contribuyen a ellos nos guiará a soluciones que no se enfoquen realmente en las causas de raíz.

Cegados por el determinismo tecnológico

En 1995, Richard Barbrook y Andy Cameron delinearon lo que ellos llamaron la “Ideología californiana”. En Silicon Valley, “las disciplinas de la economía de mercado y las libertades de la artesanía hippie” fueron combinadas con “una creencia casi universal en el determinismo tecnológico” para crear una ideología libertaria la cual creía que el mejoramiento de la humanidad no vendría mediante las “estructuras existentes del poder social, político y legal”, sino más bien a través del libre mercado y el continuo desarrollo de nuevas tecnologías.

Por lo tanto, “el debate político es un desperdicio del aliento” explicaban, arguyendo que esto solo dificultaría el progreso tecnológico. Fue el encuentro del neoliberalismo con la tecnología.

Es claro que en los años recientes, la visión popular del rol de la política con relación a la tecnología está empezando a cambiar en Silicon Valley, especialmente en aquellxs que no ocupan posiciones ejecutivas en los monopolios tecnológicos o firmas de capitales de negocio. Pero eso no significa que el tecno-determinismo no ocupa ya un papel central formando nuestro entendimiento de la tecnología y sus potenciales efectos — en Silicon Valley y en muchas partes del mundo.

La industria tecnológica ha crecido para convertirse en un juggernaut económico, mientras ha empujado su narrativa tecno-determinista más allá del área de la bahía de San Francisco, hasta el punto que es frecuentemente repetida por los grandes medios corporativos de comunicación y políticxs. Se supone que cada nueva propuesta tecnológica mejora nuestras vidas, desde el smartphone hasta la “smart city”, y por un tiempo largo, las perspectivas críticas sobre estas tecnologías que iban en contra de esta narrativa fueron marginadas. Es sólo hasta ahora que esto empieza a cambiar.

En “El Dilema de las redes sociales”, el tecno-determinismo todavía está conduciendo la narrativa, pero su premisa básica ha sido invertida. En lugar de plantear que la tecnología nos ayuda a construir un mundo mejor, la mayoría de las personas en el filme están reconociendo que hay cosas negativas que están ocurriendo en nuestra sociedad y, considerando los lentes con los cuales miran el mundo, el problema central sería la tecnología.

Esta idea es reforzada por un argumento dramático, apoyado por el desarrollo de entrevistas, que siguen a una familia cuyos hijxs son cada vez más adictos a sus teléfonos, mientras en un centro de control de algoritmos imaginario hay personas que preparan contenido y notificaciones para mantenerles enganchados y venderles anuncios.

Evgeny Morozov, autor de “Para salvar todo da clic aquí: El sinsentido del solucionismo tecnológico” (To Save Everything Click Here: The Folly of Technological Solutionism), explica que esta limitada manera de ver el mundo lleva a “soluciones mentales estrechas — del tipo de cosas que asombra a las audiencias de conferencias TED — a problemas que son extremadamente complejos, fluidos, y polémicos”. De hecho, una presentación estilo TED es presentada en el propio filme.

Vivimos en un mundo que enfrenta muchos desafíos sociales y económicos, pero reduciéndolos a Facebook y Google, o datos y algoritmos estamos perdiendo mucho la perspectiva.

Comprando los argumentos del marketing

En agosto pasado, Cory Doctorow publicó “Cómo destruir al capitalismo de vigilancia” (How to Destroy Surveillance Capitalism), el cual sistemáticamente desmantela las mismas ideas que están siendo presentadas en “El dilema de las redes sociales”. Una parte de los problemas con el capitalismo de vigilancia es que comete el error de darle mucha atención al aspecto de vigilancia y muy poca atención al capitalismo en sí mismo.

Doctorow deshilvana los argumentos de que los vastos tesoros de datos y el poder de los algoritmos crean sistemas tecnológicos de control mental, planteando que no se basan en hechos científicos, sino en las afirmaciones de marketing realizadas por compañías como Facebook y Google para convencer a los anunciantes de gastar su dinero en estas plataformas.

En “Crisis de atención subprime: Publicidad y la bomba de tiempo en el corazón del internet(In Subprime Attention Crisis: Advertising and the Time Bomb at the Heart of the Internet), Tim Hwang explica que a pesar de todas las afirmaciones sobre la habilidad de focalización que se vuelve posible gracias a todos estos nuevos datos, los anuncios online son increíblemente ineficaces, y parte de la razón por la que muchas personas no se dan cuenta de eso es porque hay muy poca transparencia en los mercados de anuncios digitales. Eso permite que estas compañías tecnológicas hagan ventas atrevidas aun cuando, como Doctorow argumenta, “logran salirse con la suya con actos increíbles de grandes promesas y poco cumplimiento.”

Pero el documental también muestra una incapacidad de sostener este hecho o de tomar una perspectiva más amplia más allá de este marco tecno-determinista defectuoso. Por ejemplo, la industria tecnológica ha sido criticada desde hace mucho por carecer de perspectivas más abarcadoras ofrecidas por las Ciencias Sociales y las Humanidades, especialmente sobre como las tendencias de hoy en día encajan en los desarrollos históricos.

En cierto punto, Tristan Harris, un antiguo diseñador ético de Google que se convierte en el personaje central del documental, argumenta que las tecnologías basadas en herramientas no causaron el mismo tipo de enojo que las basadas en la adicción y manipulación. Él usa el ejemplo de las bicicletas y argumenta que “nadie se molestó” o dijo “acabamos de arruinar la sociedad” cuando se volvieron populares — excepto que eso no es verdad. Cuando las bicicletas emergieron en el siglo XIX, hubo una reacción violenta por la libertad que daba a las mujeres.

De manera similar, el documental refuerza la idea muy común de que las redes sociales están creando división social y partidismo político, y lo trata como un acontecimiento nuevo. Las redes sociales ciertamente están teniendo un efecto, con sus burbujas filtradas y el contenido privilegiado de derecha en Facebook, pero esto no es el factor determinante que moldea la política y la sociedad.

Es más grande que la tecnología

El dilema de las redes sociales no solo ignora el pasado, sino que presenta una visión distorsionada del presente. Si la tesis del documental fuera correcta, entonces los efectos negativos en la sociedad solo deberían emerger desde plataformas que usan el modelo de captura de datos y curación algorítmica, pero ese no es el caso.

En Brasil y la India, por ejemplo, WhatsApp es culpable en gran parte de difundir noticias falas y narrativas derechistas, sin embargo, como Adi Robertson explica, “WhatsApp no funciona para nada como Facebook. Es un servicio de mensajería altamente privado y encriptado sin interferencia algorítmica, y aun así es tierra fértil para narrativas falsas”. Ella también remarca cuantos de los más famosos atacantes de extrema derecha en años recientes no son el producto de Facebook o YouTube, sino que fueron radicalizados en plataformas más pequeñas sin la misma curación algorítmica o incluso fines de lucro como 4chan, 8chan, Gab y Stormfront.

Lo que nos dice todo esto es que reducir los crecientes problemas sociales a las nuevas tecnologías simplemente no es preciso. Encuadrar el problema de esa forma hace parecer que, si solo creamos mejores plataformas, nuestros problemas estarán resueltos — sin embargo, las plataformas están respondiendo a incentivos económicos del sistema capitalista y tal vez eso es a lo que deberíamos prestarle un mayor escrutinio.

¿Vamos a creer que la polarización es producto de Facebook, y no por el hecho de que la desigualdad en el ingreso ha regresado a niveles previos a la Gran Depresión (y es muy probable que haya empeorado debido a la pandemia)?

¿Vamos que creer que la desconfianza hacia las élites y clase política es el resultado de las búsquedas de Google, y no por el hecho de que el sistema político no está respondiendo a las necesidades de la vasta mayoría de la población, mientras el gobierno permite que la industria se regule sola, llevando a tragedias como la del Boeing 737 MAX?

¿Vamos que creer que el colapso en las relaciones comunitarias y personales es el resultado de ingeniosos algoritmos y no por el hecho de que el capitalismo ha comercializado la mayoría de los aspectos de nuestras vidas, diezmando los espacios públicos, y asegurado que nuestras comunidades están construidas para separar a la mayoría de las personas en suburbios autónomos?

Creo que sabes la respuesta.

El capitalismo es el problema

Facebook y Google no son actores benevolentes. Entre su monopolio de poder y como manejan sus plataformas, están teniendo impactos negativos en nuestras sociedades. Pero atribuir tantos de nuestros problemas sociales y económicos a la tecnología — y no al sistema económico capitalista — es perder la perspectiva.

Casi al final de “El dilema de las redes sociales”, el antiguo gerente de producto de Google, Justin Rosenstein, argumenta críticamente sobre el capitalismo, pero luego de más de una hora de sostener la narrativa en la mente de las personas de que los datos y algoritmos son el problema, no se logra construir una perspectiva más amplia. Otros de los supuestos expertos sugieren la regulación y que las personas borren sus cuentas de redes sociales — pero estos son solo apaños y respuestas individuales a un problema más profundo.

Bailey Richardson, uno de los empleados originales de Instagram, explica que el internet solía ser un lugar más raro y creativo, pero ahora siente que es un centro comercial gigante. Y mientras el documental encuadra estos cambios como el resultado de decisiones de ingenierxs que ahora tienen la responsabilidad de corregir, la estandarización de la web es el resultado directo de esta comercialización. La creación de estas plataformas masivas es como las grandes empresas obtienen sus ganancias masivas de ellas — y la menor manera de cambiarlo es tomando el control de estas estructuras fundamentales.

En última instancia, un mejor internet no solo se trata de tener más competencia o poner riendas a la captura de datos y vigilancia. Necesitamos reconocer que el internet es un producto de la financiación e investigación pública, y tal vez mejorarlo requiere regresar a una estructura más no-comercial donde las empresas públicas sean las dueñas de piezas claves de la infraestructura, las cooperativas operen una gama de plataformas con unos incentivos muy diferentes dada la falta de fines de lucro, y la gente promedio pueda colaborar en nuevas herramientas digitales sin un imperativo comercial. Pero eso requerirá cambios en estructuras políticas y económicas más amplias.

El dilema de las redes sociales se plantea como propaganda liberal tecno-determinista de un grupo de personas que se han hecho fabulosamente ricas trabajando para estas compañías tecnológicas y que ahora están construyendo nuevas carreras apuntando lo que ellxs percibieron como fallos. Pero su encuadre del problema continúa vinculando la tecnología a un tipo de fuerza mágica poderosa que nos distrae de los problemas sociales y económicos más profundos a los que se enfrentan nuestras sociedades.

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